18 de febrero de 2014

Úlceras

He descubierto un nuevo pasatiempo.
Abro una botella de jarabe y meto dos pastillas efervescentes y agito y agito y luego la jeringuilla y la lleno una, dos, tres veces y luego trago y trago y cierro la botella de jarabe y abro la de vodka barato pero eh, sólo mojar los labios porque no quiero un coma. Y cierro las botellas y me tiro en el sofá, bocabajo como en las pelis porno pero sin el culo en pompa porque no me gusta la grasa que sobresale y nunca me ha gustado y no creo que nunca me guste aunque la grima y el asco, ah, ellos ahora están bien.
Últimamente repito más de lo normal que no quiero una sobredosis porque la gente me mira extraño y tengo que asegurarme de que no se creen que me quiero matar porque matarse no es una opción.
He descubierto que llenar un cenicero de colillas gastadas no está mal y que necesito exactamente veintisiete cigarrillos en dos días para quedarme afónica (y que eso es muy muy caro), pero que todo el mundo piensa que es por el resfriado que no tengo.
Hace mucho que no como.
Intento comer.
Empujar la comida garganta abajo es una opción y una opción muy válida, además.
El otro día fui al hospital a visitar a la gente. S. sigue allí. Estaba claro que no le iban a dar el alta y era algo que él y yo sabíamos, que se iba a pudrir allí. S. se alegró mucho de verme y estuvimos charlando y yo no podía dejar de mirar cómo los pómulos se le resaltaban igual que siempre y los huesos de los hombros parecían estar a punto de clavarse en mis ojos. Me pidió que le tocase el piano pero se nos hizo tarde y no pudo salir de su cuarto (y no me sé nuevas canciones).
S. se va a pudrir en el hospital y me miró a los ojos porque los dos lo sabíamos.
"Y tú también."
Y yo también.
Pero yo estoy fuera y no creo que esté bien estar fuera.

15 de febrero de 2014

Nunca hubo ningún monstruo

El monstruo era informe.
Ni deforme ni conforme, sólo informe.
El monstruo estaba allí la primera vez que me asomé y seguía estando la segunda pero, ah, a la tercera se había ido —y sigo esperando que vuelva—.
El monstruo tenía hambre y se fue.
No teníamos sangre para alimentarlo y se fue.
Mijs siempre decía que hasta los monstruos huirían de un sitio así.
“Demasiados huesos. Demasiados pocos huesos. Y de pronto uno se encuentra atado a esa cama en esa habitación blanca con esa canción en la cabeza. Menuda mierda, qué mierda. Maldita mierda.”
El monstruo me gustaba.
La primera vez tuve miedo, pero me quedé mirando.
La segunda vez inspiré hondo, deseando encontrarlo. Cuando lo vi me sostuvo la mirada y le hablé.
La tercera vez lloré porque se había ido. Mientras lloraba traté de buscarlo entre las sombras.
Me pregunté por qué el monstruo se había ido. Porque yo sí tenía sangre. Me quedaba sangre y carne y trozos de tripas y riñones que lanzarle como a un perro callejero. Tenía lo que necesitaba. Yo podía dárselo.
Le pregunté a Mijs otra vez por qué se había ido.
“No te queda sangre que darle. Demasiado blanco. Demasiado blanco. Vuelve a tu cuarto.”
Mijs era horrible y siempre hablaba balbuceando y siempre me decía que nada tenía sentido hasta cuando lo tenía.
Mijs era más odioso que el monstruo.
El monstruo era bello.
El monstruo era maravilloso.
Era informe y maravilloso.
Me abracé las rodillas y lo esperé toda la vida debajo de la cama.
El monstruo era infinito.


—Nota de Nadia sobre el cadáver de Mijs.

6 de febrero de 2014

El Mijs de antes lo habría entendido

Bastian tenía la radio encendida cuando entré en la caravana. Estaba tumbado boca arriba en su litera, con las manos cruzadas en el pecho, como si se creyese Jesucristo o algo así.
—Buenas —saludé.
—Buenas —contestó.
Me senté en la encimera de la cocina y empecé a pegar mordiscos a la manzana.
Durante un buen rato lo único que se escucharon fueron mordiscos y la música de la radio muy muy baja, con ese ruido de fondo que siempre hay en las radios.
Cuando presté atención a la música me di cuenta de que no la había oído en mi vida.
También me di cuenta de que nunca había visto a Bastian escuchando música.
—¿Qué escuchas?
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—Creo que es un tío polaco.
Me sorprendí.
—No sabía que hablases polaco.
—No lo hablo.
—¿Y escuchas a un cantante polaco?
—Sí.
—Lógico —ironicé.
Seguí comiendo. Masticar empezaba a convertirse en un proceso no demasiado doloroso y los dientes comenzaban a tomar conciencia de sí mismos.
Bastian se tomó un tiempo para sí mismo antes de volver a hablar.
—Espero no aprender polaco nunca.
—¿Y eso?
—Porque entonces entendería la letra.
—A la gente le suelen gustar esas cosas.
—A mí no.
—A mí sí.
—¿Por qué?
—Porque la letra es importante en una canción.
—¿Por qué?
—Yo qué sé, Bast, porque lo es.
—A mí no me lo parece.
Tragar sí que dolía.
—Es tu opinión —concedí, zanjando el tema.
—Antes escuchaba música en francés —confesó—. Pero entonces empecé a comprender lo que significaban las palabras por las veces que se repetían y el tono de las voces, así que tuve que dejar de escuchar música en francés.
—¿Por qué polaco de todos modos?
—Decían que era el idioma más complicado de aprender.
—Y no lo quieres aprender.
—Rezo para no hacerlo.
—Tú nunca rezas —le espeté.
—Para esto sí.