13 de noviembre de 2013

De las mil palabras valiendo más que una imagen

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero lo que no dicen —lo que siempre se callan— es si verdaderamente hay alguien dispuesto a describir algo con mil palabras. Yo creo que sí hay gente así, y que, si un escritor quiere, puede transmitir mucho más con sus mil palabras —puede contar las sonrisas rotas y las grietas en la piel—. Mil palabras dan para mucho, con mil palabras se pueden recomponer vidas o estallar por completo corazones de hielo y cristal. Dicen, también, que con mil palabras incluso se puede llegar a contar algo.
Hoy he pisado la primera escarcha del otoño. Las hojas todavía siguen en los árboles pero las botas ya crujen cuando caminan por la acera. En realidad ya parece Navidad —faltan sus luces y su calidez, porque una Navidad fría no es Navidad—.
(El invierno es frío, la Navidad no.)

Últimamente dicen muchas cosas sobre los escritores, como si alguien que no teje pudiese hablar de patrones, y dicen que tampoco tiene tanto mérito, que tampoco es para tanto. Y yo vuelvo a pensar en las imágenes valiendo más que las mil palabras y niego con la cabeza y me tapo con dos mantas más.
No creo que sea buena idea escuchar cosas que no quieres oír, pero creo que es necesario para que realmente te des cuenta de lo que piensas —sí, de lo que piensas tú— y yo pienso que mucha, muchísima gente, sería capaz de escribir una novela entera a partir de una foto —o un gif, los gifs que calman como un chocolate caliente— y que esa novela diría muchas cosas más.
¿Por qué no escribirla?

¿Por qué no convertirse en lobo y aullar a la nieve?