10 de marzo de 2014

Primavera (I)

Que Ian dejó de ducharse con agua caliente cuando dejó la marina.
En lugar de eso agua helada. Siempre agua helada. Había leído hacía tiempo, en alguna parte, que el agua helada servía para mantener activos los músculos y los músculos de un marine tenían que estar activos. Aunque fuese con agua fría.
Un día casi se abrió la cabeza por culpa de esa maldita costumbre. Se echaba contra los azulejos y dejaba el agua fría caer sobre él (con los ojos cerrados que si no uh, si no trampa). Entonces el agua fría clavaba demasiado y ese día él no había comido mucho (llevaba días sin comer porque quería sentir el hambre de la guerra. Porque era un estúpido) así que el agua fría dijo "Se acabó, Ian, ha sido bonito mientras duró" e Ian se tambaleó y la alfombrilla se escurrió. Pero Ian no se murió (eso habría sido muy fácil, muy patético. Muy Ian). Se agarró al grifo de acero oxidado y se quedó unos segundos allí, tratando de no morirse.
"Podría hablarle a Delilah de esto" fue lo único que pensó, "Seguramente se reiría".

18 de febrero de 2014

Úlceras

He descubierto un nuevo pasatiempo.
Abro una botella de jarabe y meto dos pastillas efervescentes y agito y agito y luego la jeringuilla y la lleno una, dos, tres veces y luego trago y trago y cierro la botella de jarabe y abro la de vodka barato pero eh, sólo mojar los labios porque no quiero un coma. Y cierro las botellas y me tiro en el sofá, bocabajo como en las pelis porno pero sin el culo en pompa porque no me gusta la grasa que sobresale y nunca me ha gustado y no creo que nunca me guste aunque la grima y el asco, ah, ellos ahora están bien.
Últimamente repito más de lo normal que no quiero una sobredosis porque la gente me mira extraño y tengo que asegurarme de que no se creen que me quiero matar porque matarse no es una opción.
He descubierto que llenar un cenicero de colillas gastadas no está mal y que necesito exactamente veintisiete cigarrillos en dos días para quedarme afónica (y que eso es muy muy caro), pero que todo el mundo piensa que es por el resfriado que no tengo.
Hace mucho que no como.
Intento comer.
Empujar la comida garganta abajo es una opción y una opción muy válida, además.
El otro día fui al hospital a visitar a la gente. S. sigue allí. Estaba claro que no le iban a dar el alta y era algo que él y yo sabíamos, que se iba a pudrir allí. S. se alegró mucho de verme y estuvimos charlando y yo no podía dejar de mirar cómo los pómulos se le resaltaban igual que siempre y los huesos de los hombros parecían estar a punto de clavarse en mis ojos. Me pidió que le tocase el piano pero se nos hizo tarde y no pudo salir de su cuarto (y no me sé nuevas canciones).
S. se va a pudrir en el hospital y me miró a los ojos porque los dos lo sabíamos.
"Y tú también."
Y yo también.
Pero yo estoy fuera y no creo que esté bien estar fuera.

15 de febrero de 2014

Nunca hubo ningún monstruo

El monstruo era informe.
Ni deforme ni conforme, sólo informe.
El monstruo estaba allí la primera vez que me asomé y seguía estando la segunda pero, ah, a la tercera se había ido —y sigo esperando que vuelva—.
El monstruo tenía hambre y se fue.
No teníamos sangre para alimentarlo y se fue.
Mijs siempre decía que hasta los monstruos huirían de un sitio así.
“Demasiados huesos. Demasiados pocos huesos. Y de pronto uno se encuentra atado a esa cama en esa habitación blanca con esa canción en la cabeza. Menuda mierda, qué mierda. Maldita mierda.”
El monstruo me gustaba.
La primera vez tuve miedo, pero me quedé mirando.
La segunda vez inspiré hondo, deseando encontrarlo. Cuando lo vi me sostuvo la mirada y le hablé.
La tercera vez lloré porque se había ido. Mientras lloraba traté de buscarlo entre las sombras.
Me pregunté por qué el monstruo se había ido. Porque yo sí tenía sangre. Me quedaba sangre y carne y trozos de tripas y riñones que lanzarle como a un perro callejero. Tenía lo que necesitaba. Yo podía dárselo.
Le pregunté a Mijs otra vez por qué se había ido.
“No te queda sangre que darle. Demasiado blanco. Demasiado blanco. Vuelve a tu cuarto.”
Mijs era horrible y siempre hablaba balbuceando y siempre me decía que nada tenía sentido hasta cuando lo tenía.
Mijs era más odioso que el monstruo.
El monstruo era bello.
El monstruo era maravilloso.
Era informe y maravilloso.
Me abracé las rodillas y lo esperé toda la vida debajo de la cama.
El monstruo era infinito.


—Nota de Nadia sobre el cadáver de Mijs.

6 de febrero de 2014

El Mijs de antes lo habría entendido

Bastian tenía la radio encendida cuando entré en la caravana. Estaba tumbado boca arriba en su litera, con las manos cruzadas en el pecho, como si se creyese Jesucristo o algo así.
—Buenas —saludé.
—Buenas —contestó.
Me senté en la encimera de la cocina y empecé a pegar mordiscos a la manzana.
Durante un buen rato lo único que se escucharon fueron mordiscos y la música de la radio muy muy baja, con ese ruido de fondo que siempre hay en las radios.
Cuando presté atención a la música me di cuenta de que no la había oído en mi vida.
También me di cuenta de que nunca había visto a Bastian escuchando música.
—¿Qué escuchas?
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—Creo que es un tío polaco.
Me sorprendí.
—No sabía que hablases polaco.
—No lo hablo.
—¿Y escuchas a un cantante polaco?
—Sí.
—Lógico —ironicé.
Seguí comiendo. Masticar empezaba a convertirse en un proceso no demasiado doloroso y los dientes comenzaban a tomar conciencia de sí mismos.
Bastian se tomó un tiempo para sí mismo antes de volver a hablar.
—Espero no aprender polaco nunca.
—¿Y eso?
—Porque entonces entendería la letra.
—A la gente le suelen gustar esas cosas.
—A mí no.
—A mí sí.
—¿Por qué?
—Porque la letra es importante en una canción.
—¿Por qué?
—Yo qué sé, Bast, porque lo es.
—A mí no me lo parece.
Tragar sí que dolía.
—Es tu opinión —concedí, zanjando el tema.
—Antes escuchaba música en francés —confesó—. Pero entonces empecé a comprender lo que significaban las palabras por las veces que se repetían y el tono de las voces, así que tuve que dejar de escuchar música en francés.
—¿Por qué polaco de todos modos?
—Decían que era el idioma más complicado de aprender.
—Y no lo quieres aprender.
—Rezo para no hacerlo.
—Tú nunca rezas —le espeté.
—Para esto sí.

28 de enero de 2014

Primavera (IV)

¿Pero qué sabía Delilah de tigres, después de todo? Ella no había visto dedos congelarse en la Antártida, ni había disparado (y sus balas definitivamente no se habían desviado hacia la cabeza de ningún niño), tampoco se había casado y su pareja había muerto. Tampoco estaba enferma. No físicamente. Ian se preguntaba qué podía saber de tigres alguien así. Alguien tan... ¿común?
Pero Delilah lo sabía todo sobre los tigres.
(Sabía mucho más que él porque).
—¿Qué sabes tú de tigres, después de todo? —le espetó.
Y ella frunció sus finos finos labios hasta que no quedaron labios finos ni gruesos ni de colores cálidos.
—Sé cómo domarlos.
E Ian pensó «Ah, eso sabe ella de tigres» y apoyó la cabeza contra su pecho y se durmió contando sus respiraciones.
El cabello de Ian se estaba quedando demasiado largo —desde que dejó la Marina decidió que nunca se lo volvería a cortar— y Delilah pensó que así le quedaba muy bien pero que Ian seguro que todavía no se estaba acostumbrando a él.
Los tigres no tenían melena después de todo.
Quizás Ian era un león y por eso se afanaba tanto en enfrentarlos.
¿Y si Ian era un león?
Delilah suspiró y acarició sus mechones. Mechones de león. Le susurró al oído un «Ruge» y luego siguió acariciando. Sus latidos parecían calmarlo pero.
¿Y si era un león cómo podía estar tranquila a su lado? ¿Acaso era ella una leona? ¿Acaso?
Delilah era un tigre más.
Ella lo sabía. También Ian. Y el viejo Ken estaba seguro de ello —lo había estado desde el momento en el que la vio entrar en el edificio con su mirada de “no, no, todo bien, encantada, muy encantada” y su vocecita de señorita remilgada. Y había pensado —para sí, como siempre, porque nadie lo escuchaba—: «Pobre chico. Pobre Ian —no marine—. Menudo tigre acaba de meterse en casa». Pero no pasaba nada. Todo estaba bien.

Porque ni Ian ni Delilah iban a mencionar nunca que ella era un tigre más.

21 de enero de 2014

Mijs puede irse a tomar por culo

Estaba seguro de que me iba a matar un día cualquiera. También estaba seguro (seguro de cojones) de que no quería que eso sucediese. Pero nadie me tomaba nunca en serio cuando lo decía porque "Oh, Mijs, se te ven los huesos otra vez".
Espero que estés contenta, porque al final todo salió cómo tú querías, ¿verdad? Eso de venir a visitarme. Estaba claro que venías a reírte de mí y a decir "Te mueres. Te mueres. Te mueres" mientras yo seguiría gritando a las enfermeras que las vacas no deberían estar en la ciudad. No. No deberían. Ni tú tampoco.
El otro día te olvidaste de mí. Pensé que entonces sí que me estaba muriendo porque oh, si no es por ti resulta que nadie sabe que sigo vivo. Porque oh, porque porque.
Y tuviste todo ese morro de gritarme que "¿POR QUÉ TE HAS IDO?" y yo no me encogí de hombros ni me amedrenté sino que te respondí (también chillando) "TÚ ME LO PEDISTE" y te quedaste unos segundos en silencio. Tan callada como siempre. Pero sin los dedos en las teclas ni el bolígrafo contra el papel. En silencio de verdad. Pensé que quizás había llegado por fin mi hora (no quería, pero sabía que yo, a diferencia de Él. Yo. Ah, yo sí. Yo sí me podía morir en cualquier momento).
Muchas veces me preguntaste por qué lo odiaba tanto y por qué él me odiaba a mí. No sé responder a lo segundo, pero lo primero es porque Él siempre se queda y yo siempre me voy. (porque a Él no le importaría tener que irse y porque yo quiero quedarme).
Cuando te quedaste callada pensé que ya estaba todo dicho (y terminado). Que recogería mis cosas y que no volvería. Pero me dijiste "No, no" y yo pregunté "No, ¿qué?" y tú "No, no. Mijs, quédate" y yo, mira tú por donde, yo no pude negarme. Diría que me alegró que me lo pidieses pero du kannst mich mal. Tú me obligaste a irme, sin siquiera darte cuenta de que ya no estaba hasta que por casualidad "¿Y Mijs?" y oh, Mijs ya no estaba.
Sé que Él se está riendo ahora mismo y que nunca nunca debería hablar de Él porque no es así como esto funciona. Pero tenía que hablarte de Él y hacerte entender (y seguro que todavía no entiendes).
¿Y ahora me quedo? ¿Cuánto me quedo? ¿Me quedo de verdad o me iré sin hacer ruido?
No importa. Echaba de menos agrietarme los dedos en tu estúpido teclado.

19 de enero de 2014

—A veces me imagino que muero. Que pum pum y ya nada. ¿Entiendes? Que todo se acaba. Lo hago cuando me aburro y cuando no, casi siempre estoy solo cuando lo hago. Como cuando me masturbo. Quizás imaginar que mueres es como masturbarte. Un placer pequeño que no quieres compartir con nadie.

18 de enero de 2014

Morder los limones y yo

—Ey, ¿los limones también cagan?
Su me miró como si estuviese loco y yo no le vi por ningún lado la lógica a su reacción.
—Piénsalo. Por alguna parte tendrán que expulsar todo lo que comen.
—¿Lo que comen?
—Claro, no van a vivir del aire, ¿no?
—En realidad creo que sí lo hacen.
Me sorprendí tanto que se me escapó un poco de meado de las ganas que me llevaba aguantando durante cosa de una hora.
—Estás de coña.
—No. Se llama fotosíntesis.
—Estás de coña —repetí, todavía más convencido—. Fotosíntesis es eso de tener miedo a salir a la calle.
Su resolvió que estaba equivocado en tantos niveles que no se molestaría ni en tratar de corregirme. En lugar de eso asintió y me dejó seguir con mi filosofía.
—¿Entonces cagan o no?
—Creo que no.
—¿Hay un supermercado cerca?
A los diez minutos aparecí con una bolsa de limones en brazos.
—¿Tienes un cuchillo o algo a mano?
Podría parecer una pregunta estúpida y sin sentido, pero Su sacó del bolsillo interior de su chaqueta una pequeña navaja de envoltorio rosa. La cogí, sorprendido, y enarqué una ceja.
—No te pega —comenté, abriendo la red que envolvía los limones.
—¿Llevar una navaja?
—No, lo del rosa.
Saqué uno de ellos y lo inspeccioné con cuidado, no encontré rastro alguno de orificio anal, lo que resultó ser una decepción mayor de la esperable. Lo partí entonces a la mitad y me encontré con que contenía varias semillas.
—¿Crees que esto es la mierda? —pregunté, enseñándoselas a Su.
Ella negó.
—Creo que son los fetos.
—Ugh.
Apreté el medio limón que le había enseñado y me quedé observando cómo las semillas caían hacia afuera, atravesando el jugo con un “ploff” interesante que me recordó al “ploff” que hace la mierda cuando cagas, haciendo salpicar al agua hacia arriba —hasta rozarte las pelotas en un festival de lo asqueroso—. Nunca había estado en un parto, así que no sabía si el bebé también saldría rozando los huevecitos. Luego me di cuenta de que las mujeres no tenían huevecitos y me dije que las semillas no eran los fetos, sino los zurullos. Estaba más que claro por mucho que Su dijese lo contrario.
Cuando me miré la mano la tenía como con purpurina dorada, lo que me hizo sentirme una top model temporalmente.
—Oye, Su, ¿crees que sería guapa?
—¿Qué?
—Si fuese mujer —aclaré, con tono de obviedad—, ¿crees que sería guapa?
Se encogió de hombros.
—¿Cómo lo voy a saber?
—Venga, échale imaginación.
—¿Cómo sería yo si fuese un tío? ¿Estaría bueno?
—No soy maricón —me vi obligado a aclarar.
Ella se rió sin querer.
—Sé que no.
«Sabe que no», pensé como victoria secreta, apuntándome un tanto.
—¿Entonces yo sería guapa?
—No soy lesbiana.
—¿Pero sería guapa o no?
—Yo qué sé. Serías del montón.
—¿Pero del montón de guapas o del de las feas?
—Del montón a secas.
Suspiré con resignación.
—Pues vaya.
—Pásame eso.
Me pidió, señalando la otra mitad del limón que todavía no había tirado. Se lo lancé y lo cogió al vuelo, mordiéndolo.
Yo puse cara de asco y reprimí todos los “ughs” que se me amontonaban en un intento inútil de conservar mi masculinidad.
—¿Por qué cojones haces eso?
Ella tragó el zumo sin inmutarse.
—Me gusta.
—¿Por qué?
—Me arranco las pieles de los labios así que los tengo siempre rotos. El limón es ácido, hace que queme cuando lo muerdo.
—Joder, Su, eso es muy masoquista.
—No lo es.
—Lo es.
—¿Pega conmigo?
—Más que el rosa sí.

10 de enero de 2014

Las piezas y yo

Cuando llegué a casa me encontré a Ernie inclinado sobre la mesa del salón, tenía un montón de papelitos blancos esparcidos por ella y parecía realmente interesado en encontrar uno en concreto, a juzgar por su ceño fruncido y sus manos inquietas. Al acercarme más vi que no eran trozos de papel, sino piezas de un puzle. Todas en blanco.
—¿Y esto? —pregunté, examinando una por ambas caras.
—¡Eh, cuidado, tío! —protestó, quitándomela de las manos y colocándola de vuelta en el lugar que le correspondía—. Me ha costado mucho llegar hasta aquí.
Observé las diez piezas que había conseguido encajar en total y enarqué una ceja.
—Seguro.
Pero Ernie no prestó atención al sarcasmo con el que había bañado la palabra, sino que permaneció enfrascado en su tarea, como si cualquier cosa que yo pudiese hacer o decir careciese de interés —o de sentido, o de ambas—. Me encogí de hombros y busqué en la nevera un par de latas de cerveza, sólo nos quedaban cinco. Suspiré y abrí una mientras dejaba la otra sobre la mesa, cerca de Ernie.
—¿Cuál es la finalidad?
No obtuve respuesta, así que chasqueé la lengua con una de esas melodías pegadizas hasta que Ernie comenzó a continuar cantándola en voz baja y, entonces sí, se dio cuenta de que yo era el que emitía aquel sonido.
—¿Decías?
—Que cuál es la finalidad de eso —repetí, señalando al puzle.
—Encajar todas las piezas —contestó, con tono de obviedad.
Me tomé unos segundos para tratar de averiguar si me estaba vacilando o si de verdad me creía tan sumamente imbécil. Al final resolví que lo mejor sería no enterarme de la respuesta.
—Pero —dije, antes de darle tiempo a que volviese a ignorarme—, los puzles normalmente tienen un dibujo o algo, un cuadro que queda bien colgado en la pared, ¿cuál es la finalidad de hacer uno totalmente blanco?
—Encajar todas las piezas.

7 de enero de 2014

Del frío que saludaba pero nunca se quedaba

Tengo una amiga que pregunta. Pregunta mucho. Y se interesa por las respuestas. Lo sé, nadie se espera nunca que siga habiendo gente así, pero alguien habrá porque el mundo es muy grande y yo estoy muy cansada como para recorrerlo entero.
Hoy ha vuelto a preguntar. Y me ha dicho "¿Qué es para ti el frío?" y creo que ha venido porque justo antes yo había susurrado (tatuarse el frío en las costillas) y luego lo había susurrado otra vez en twitter y, creo, ella lo vio. Y me he quedado pensando porque pensar es algo que hago de vez en cuando y no está del todo mal.
Ahora mismo tengo frío.
Querer cazar es frío.

El frío nunca me ha recordado al hielo —tampoco a la nieve—. El frío nunca me ha recordado a.
El frío es una emoción. Como la tristeza o el arrepentimiento o emociones complejas —tan complejas que nadie podría sentirlas todas—. El frío es. Lo que quiero decir es que el frío te araña los huesos y hace temblar tus tripas y dices "No, no, está bien así" porque se supone que es algo normal y las uñas se te clavan en los muslos pero "No, no, está bien así".
Hablar de frío hacequequieraescribir así. Y pausas. Y luegotantas pausas queno sé. ¿El frío es el alientoentrecortado? Puede serlo —yo no diré lo contrario. Yo no diré que sí—. El frío es muy extraño. A veces el frío es (exhalar) el vaho que vaga vacío en el vasto universo y vagar con él. Otras veces el frío es una chimenea con sus llamas peligrosas y un chocolate caliente, y entonces el frío da calor hasta que la garganta arde —y sólo es posible porque tienes/estás/eres frío—.

—¿Cómo estás?
—Frío.

El frío es azul muy claro y quizás gris muy claro porque toda emoción se merece un color y un himno y también un lema y mil cometas con su nombre.
El frío es muy descuidado. Es una emoción descuidada y egocéntrica. Cuando hay frío sólo puedes pensar en ese frío y sólo puedes soñar con detenerlo y, en ese momento, todo lo que hay a tu alrededor pasa a no importarte porque no es frío. La mayor parte de las veces es posible ahogar al frío, pero ciertas personas se acaban acostumbrando demasiado a él —terminan por necesitarlo y rogar mil veces ante un espejo cubierto de escarcha— y esas personas son las que llevan el frío tatuado en las costillas. Entonces el frío sonríe, explota y las uñas se clavan más hondo (y arrancas trozos de carne y el aire congelado atraviesa los pulmones y "No, no, está bien así").
Yo siempre supe que el frío no era la nieve y que el frío podía quemar demasiado bien. También supe que le gustaba exhalar y luego ah, luego nada.

1 de enero de 2014

Feliz Año Nuevo

Y había un gran fuego, una hoguera, en mitad del bosque. Y silencio. Mucho silencio.
Y alguien dijo que había que quemar deseos y nadie respondió porque quemar deseos era lo único que habían hecho durante todo el año. Y desgastarlos. Y destruirlos hasta que sólo quedaban las cenizas. Y ya habían tenido bastantes cenizas para diez vidas.
Pero aun así recogieron los trozos de porcelana del jarrón de las cenizas y escribieron en papeles. En silencio. (Escribieron el silencio)
Y los arrojaron al fuego. Siguieron quemando deseos sin que ninguno de ellos hablase. Observando cómo los bordes se carcomían hasta que no había rastro de tinta ni de (...). Y el que antes había hablado entonces se arrepentía de haberlo hecho y trataba de no cortarse la lengua y abrasarla también (porque sus mejillas ardían con cada lágrima que no quería dejar caer pero tampoco podía evitar que se precipitase al vacío (el evento de caer)).
Los deseos se estaban muriendo pero a nadie parecía importarle. Y todos seguían mudos mientras el fuego se extendía por el bosque. Y pensaron "¿Arderá?" pero no hicieron nada para evitarlo (y ardió de muchas formas, pero no de la verdadera).
Y alguien dijo "Feliz Año Nuevo", pero no lo dijo, sino que se escapó su pensamiento y un murmullo rompió las cenizas y los golpeó. Y "Feliz Año Nuevo" respondieron mientras observaban las llamas. "Da buena suerte. Quemar deseos da buena suerte", y todos asintieron pero nadie se lo creyó.
Cuando los deseos dejaron de arder había un gran vacío en el interior.
Agujeros de balas que no podían cerrar.
Pero daba buena suerte.