—Ey, ¿los limones también cagan?
Su me miró como si estuviese loco y yo no le vi por ningún
lado la lógica a su reacción.
—Piénsalo. Por alguna parte tendrán que expulsar todo lo que
comen.
—¿Lo que comen?
—Claro, no van a vivir del aire, ¿no?
—En realidad creo que sí lo hacen.
Me sorprendí tanto que se me escapó un poco de meado de las
ganas que me llevaba aguantando durante cosa de una hora.
—Estás de coña.
—No. Se llama fotosíntesis.
—Estás de coña —repetí, todavía más convencido—. Fotosíntesis
es eso de tener miedo a salir a la calle.
Su resolvió que estaba equivocado en tantos niveles que no
se molestaría ni en tratar de corregirme. En lugar de eso asintió y me dejó
seguir con mi filosofía.
—¿Entonces cagan o no?
—Creo que no.
—¿Hay un supermercado cerca?
A los diez minutos aparecí con una bolsa de limones en
brazos.
—¿Tienes un cuchillo o algo a mano?
Podría parecer una pregunta estúpida y sin sentido, pero Su
sacó del bolsillo interior de su chaqueta una pequeña navaja de envoltorio
rosa. La cogí, sorprendido, y enarqué una ceja.
—No te pega —comenté, abriendo la red que envolvía los
limones.
—¿Llevar una navaja?
—No, lo del rosa.
Saqué uno de ellos y lo inspeccioné con cuidado, no encontré
rastro alguno de orificio anal, lo que resultó ser una decepción mayor de la
esperable. Lo partí entonces a la mitad y me encontré con que contenía varias
semillas.
—¿Crees que esto es la mierda? —pregunté, enseñándoselas a
Su.
Ella negó.
—Creo que son los fetos.
—Ugh.
Apreté el medio limón que le había enseñado y me quedé
observando cómo las semillas caían hacia afuera, atravesando el jugo con un “ploff”
interesante que me recordó al “ploff” que hace la mierda cuando cagas, haciendo
salpicar al agua hacia arriba —hasta rozarte las pelotas en un festival de lo
asqueroso—. Nunca había estado en un parto, así que no sabía si el bebé también
saldría rozando los huevecitos. Luego me di cuenta de que las mujeres no tenían
huevecitos y me dije que las semillas no eran los fetos, sino los zurullos.
Estaba más que claro por mucho que Su dijese lo contrario.
Cuando me miré la mano la tenía como con purpurina dorada,
lo que me hizo sentirme una top model temporalmente.
—Oye, Su, ¿crees que sería guapa?
—¿Qué?
—Si fuese mujer —aclaré, con tono de obviedad—, ¿crees que
sería guapa?
Se encogió de hombros.
—¿Cómo lo voy a saber?
—Venga, échale imaginación.
—¿Cómo sería yo si fuese un tío? ¿Estaría bueno?
—No soy maricón —me vi obligado a aclarar.
Ella se rió sin querer.
—Sé que no.
«Sabe que no», pensé como victoria secreta, apuntándome un
tanto.
—¿Entonces yo sería guapa?
—No soy lesbiana.
—¿Pero sería guapa o no?
—Yo qué sé. Serías del montón.
—¿Pero del montón de guapas o del de las feas?
—Del montón a secas.
Suspiré con resignación.
—Pues vaya.
—Pásame eso.
Me pidió, señalando la otra mitad del limón que todavía no
había tirado. Se lo lancé y lo cogió al vuelo, mordiéndolo.
Yo puse cara de asco y reprimí todos los “ughs” que se me
amontonaban en un intento inútil de conservar mi masculinidad.
—¿Por qué cojones haces eso?
Ella tragó el zumo sin inmutarse.
—Me gusta.
—¿Por qué?
—Me arranco las pieles de los labios así que los tengo
siempre rotos. El limón es ácido, hace que queme cuando lo muerdo.
—Joder, Su, eso es muy masoquista.
—No lo es.
—Lo es.
—¿Pega conmigo?
—Más que el rosa sí.