Bastian tenía la radio encendida
cuando entré en la caravana. Estaba tumbado boca arriba en su
litera, con las manos cruzadas en el pecho, como si se creyese
Jesucristo o algo así.
—Buenas —saludé.
—Buenas —contestó.
Me senté en la encimera de la cocina y
empecé a pegar mordiscos a la manzana.
Durante un buen rato lo único que se
escucharon fueron mordiscos y la música de la radio muy muy baja,
con ese ruido de fondo que siempre hay en las radios.
Cuando presté atención a la música
me di cuenta de que no la había oído en mi vida.
También me di cuenta de que nunca
había visto a Bastian escuchando música.
—¿Qué escuchas?
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—Creo que es un tío polaco.
Me sorprendí.
—No sabía que hablases polaco.
—No lo hablo.
—¿Y escuchas a un cantante polaco?
—Sí.
—Lógico —ironicé.
Seguí comiendo. Masticar empezaba a
convertirse en un proceso no demasiado doloroso y los dientes
comenzaban a tomar conciencia de sí mismos.
Bastian se tomó un tiempo para sí
mismo antes de volver a hablar.
—Espero no aprender polaco nunca.
—¿Y eso?
—Porque entonces entendería la
letra.
—A la gente le suelen gustar esas
cosas.
—A mí no.
—A mí sí.
—¿Por qué?
—Porque la letra es importante en una
canción.
—¿Por qué?
—Yo qué sé, Bast, porque lo es.
—A mí no me lo parece.
Tragar sí que dolía.
—Es tu opinión —concedí, zanjando
el tema.
—Antes escuchaba música en francés
—confesó—. Pero entonces empecé a comprender lo que
significaban las palabras por las veces que se repetían y el tono de
las voces, así que tuve que dejar de escuchar música en francés.
—¿Por qué polaco de todos modos?
—Decían que era el idioma más
complicado de aprender.
—Y no lo quieres aprender.
—Rezo para no hacerlo.
—Tú nunca rezas —le espeté.
—Para esto sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario