15 de febrero de 2014

Nunca hubo ningún monstruo

El monstruo era informe.
Ni deforme ni conforme, sólo informe.
El monstruo estaba allí la primera vez que me asomé y seguía estando la segunda pero, ah, a la tercera se había ido —y sigo esperando que vuelva—.
El monstruo tenía hambre y se fue.
No teníamos sangre para alimentarlo y se fue.
Mijs siempre decía que hasta los monstruos huirían de un sitio así.
“Demasiados huesos. Demasiados pocos huesos. Y de pronto uno se encuentra atado a esa cama en esa habitación blanca con esa canción en la cabeza. Menuda mierda, qué mierda. Maldita mierda.”
El monstruo me gustaba.
La primera vez tuve miedo, pero me quedé mirando.
La segunda vez inspiré hondo, deseando encontrarlo. Cuando lo vi me sostuvo la mirada y le hablé.
La tercera vez lloré porque se había ido. Mientras lloraba traté de buscarlo entre las sombras.
Me pregunté por qué el monstruo se había ido. Porque yo sí tenía sangre. Me quedaba sangre y carne y trozos de tripas y riñones que lanzarle como a un perro callejero. Tenía lo que necesitaba. Yo podía dárselo.
Le pregunté a Mijs otra vez por qué se había ido.
“No te queda sangre que darle. Demasiado blanco. Demasiado blanco. Vuelve a tu cuarto.”
Mijs era horrible y siempre hablaba balbuceando y siempre me decía que nada tenía sentido hasta cuando lo tenía.
Mijs era más odioso que el monstruo.
El monstruo era bello.
El monstruo era maravilloso.
Era informe y maravilloso.
Me abracé las rodillas y lo esperé toda la vida debajo de la cama.
El monstruo era infinito.


—Nota de Nadia sobre el cadáver de Mijs.

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