19 de diciembre de 2013

De la escritura manuscrita (de la de verdad)


Últimamente me he estado llenando los bolsillos de la chaqueta con retazos de historias (con trozos de almas) y no sé por qué. Suele pasar en mitad de clase, cuando una frase me atraviesa el cerebro sacando toda esa pasta gris por la oreja izquierda y corro a agarrar el bolígrafo mientras trato de detener el desastre. Lo inevitable.
Y cuando escribo duele pero está bien. Es como cuando te clavas una aguja en la yema del dedo índice. Duele. Pero está bien (siempre está bien).
He descubierto que cuando escribo a mano duele mucho más, y también está mucho mejor. Y no puedo soltar el bolígrafo por mucho que escriba y las ideas van demasiado rápido y las palabras se amontonan antes de que pueda escupirlas en la hoja y tengo que gritar "¡Para! ¡Para!" pero nunca para.
Nunca he sido de escribir a mano. Me parece una pérdida de tiempo y ritmo. Un absoluto desperdicio. Algo para apuntar en la lista de "burradas máximas" que he comenzado a recopilar. La burrada de escribir a mano. Pero estos días lo único que hago es escribir a mano. Incluso durante los exámenes. Siempre pido un folio de más y lo lleno de palabras que no significan nada. De estómagos y vómitos y alcohol y tabaco (he vuelto a fumar). Y no sirve para nada porque sigo atascada en la pregunta dos del examen. Pero sí que sirve, porque la euforia hace que me ría en voz baja y me muerda los labios y duela pero esté bien. Así que termino antes el examen porque quiero continuar escribiendo.
Escribir a mano es como una revelación. Como dejar trozos de alma desperdigados en papeles que no sabes dónde acabarán (ni siquiera sabes si volverás a encontrarlos algún día).
Y quizás me gusta tanto escribir a mano porque es lo más parecido a ir soltando trozos de uno mismo por ahí.
Siempre he querido hacer una cápsula del tiempo pero nunca he sabido dónde enterrarla. Pero, ¿y si no la entierro? Sólo dejarla por ahí, en el banco de un parque y un poco en la acera del supermercado y junto a la máquina de café de la facultad. Y entonces alguien la encontraría y yo me daría la vuelta y fingiría que no sé qué es y que no me alegro de que alguien la haya encontrado.

Escribir a mano es la euforia de escribir.

La adrenalina de no tenertiempoparaabarcarlotodoyempezaragritar (¡GRITAR!) porquenosepuedeynotienesentido (ynadatienesentidoyaamor?).
Y escribir a mano es como destrozar la página en blanco y llorar porque duele, pero está bien (y hay demasiada sangre en ese blanco).

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